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Reflexión a partir de la metáfora de Thich Nhat Hanh

Como docentes, la mayoría de las veces que nos encontramos con un caso de fracaso escolar tendemos a señalar al menor como el responsable directo de que suspenda. Sólo después reflexionamos acerca de cómo le están pudiendo influir las referencias familiares, el clima en el aula, una posible falta de motivación y una serie de frases pedagógicas las cuáles las tenemos mucho en cuenta en la teoría, pero muy poco en la práctica.

Siguiendo la metáfora presentada, si plantamos un huerto de lechugas y no crecen no nos plantemos el hecho de que sea culpa de las lechugas y nos quedamos de brazos cruzados mientras se pierden. En el sistema educativo está ocurriendo algo parecido, al focalizar el fracaso del alumnado en las bajas capacidades de este nos situamos en un inmovilismo que no lleva a ningún lado. Si en cambio abrimos el horizonte y miramos más allá nos encontramos que el problema, como en el huerto, son las plagas, la falta de nutrientes del suelo y comenzaremos a poner la primera piedra para solucionar el problema. Si seguimos pensando que el suspender sólo supone una falta de estudio estaremos observando la realidad desde una óptica sesgada y sin ningún tipo de esfuerzo empático. Con sólo sentarnos en el pupitre de un alumno cualquiera y comprender que han de tener que estudiar con métodos anacrónicos dentro de un contexto volátil, con mensajes contradictorios constantes y en muchas ocasiones, sin apoyos… sólo nos cabe plantearnos una pregunta ¿Quién sería capaz de florecer en un entorno así?

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